NEGRO Y SIN AZUCAR
- M E T H O D O S
- 16 abr 2021
- 7 Min. de lectura
Manuel Zúñiga Muñoz
Artista investigador, curador y docente universitario
La tradición de ir al encuentro del vendedor “ambulante” de tinto[1] en gran parte del Caribe colombiano, sea con un silbido, un gesto de manos o con el consabido grito en pecho de ¡Hey Tuchín[2]!, deja ver lo necesario y oportuno de su presencia satélite en momentos claves del día, haciendo de esta práctica cultural y económica, parte del imaginario local y regional, de la gramática cultural en la cual nos reconocemos en espacio y tiempo. Sin embargo, para efectos del presente planteamiento, su alto aprecio socio cultural del que hoy día goza, hereda, cómo veremos, asuntos que vienen desde la práctica colonial del Rescate, pasando por la Encomienda hasta lo que hoy es el Rebusque como estrategia de supervivencia, asuntos históricos que perpetuán toda una serie de comportamientos en contra del vendedor de tintos en general, y contra el sujeto histórico indígena zenú en particular, grupo humano comúnmente asociado con este tipo de venta informal.

Imagen: El Colombiano
1. PREPARAR CAFÉ, UN ASUNTO DE DIGNIDAD
El café, de origen asiático, estuvo acompañado a su llegada al país[3] del proceso de evangelización católica; congregaciones religiosas contribuyeron a la diseminación de esta semilla por la geografía más fértil del país. Es probable que esta haya sido la vía por la cual el cultivo y preparación de la bebida llegó a las comunidades indígenas, tanto por los esfuerzos de la corona por convertir a los salvajes en seres dignos de dios mediante penitencias a pecadores, al expiar sus culpas sembrando las plantas, como de los mismos indígenas cautivos o rebeldes, al comprobar los efectos estimulantes de la cafeína, útil para resistir largas faenas esclavistas y escapistas.
Resulta sorprendente cómo este fenómeno globalizador: traslado transcontinental de la planta del café, fue adoptado por la cultura aborigen al punto de convertirse en eje fundamental de su vida cotidiana. Al respecto, el artista guajiro Aníbal Epinayú se define a sí mismo como un artista contemporáneo al servicio de su comunidad y cultura. Actualmente vive en Riohacha y pertenece a la etnia wayúu en la cual asume el rol que le corresponde, con la particularidad que la piensa, la cultura a la que se debe, como riqueza, límite y contradicción en un ejercicio ético y estético en el hoy. En 2007, en el marco de los procesos de creación del Laboratorio de Investigación Creación[4] SUTCHINTUU AKUAIPAKALUU, dirigido por la artista cartagenera de descendencia wayuu Alexa Cuesta, presentó un performance titulado “Soy Un Hombre Wayuu”, que su autor describe de la siguiente manera:

“Las labores del hogar no deben ser características de ningún rol femenino. Intento reconocer la labor de los hombres wayuu que ayudan en las tareas del hogar como cocinar, lavar platos, barrer, servir la comida, etc. En una cocina típica en la ranchería de Piedras Blancas se llevó a cabo el performance. Las mujeres wayuu se sorprendieron de esta inusual actitud” (La obra cuesta, 2007).
Imagen: 123RF
El momento de mayor tensión sucedió cuando Aníbal decidió preparar café, enfrentándose al condicionamiento cultural que dice que “solo las mujeres son las que se agachan sobre sus rodillas, los hombres no”, acción básica y necesaria para colocar la olla y prender fuego. Para sorpresa de los pocos presentes en la lejana ranchería, y para quienes nos enteramos por medio de las imágenes, se acomodó de tal forma que desde la óptica wayuu pudiese estar cuestionando su masculinidad. Este simple y a la vez compleja acción resultó ser la expiación de un fenómeno cultural esencialista, de cómo las culturas prehispánicas que aún sobreviven dialogan y negocian en términos culturales con su pasado, gracias a un gesto artístico, confrontándolas con las bondades que el presente les ofrece en relación con la dignidad individual, situación que considero hace falta en el caso del vendedor de tinto tuchinero.
2. ¿QUIEN PIENSA EN QUIEN?
Bajo la afirmación de que la práctica cultural, y consumo cultural, del vendedor de tinto hereda en su ejercicio ciertos modelos colonialistas, recordemos primero como el proceso feudal contribuyó en esto. La Corona Española decide implementar el Rescate (o la sustracción de metales y piedras preciosas en el Caribe colombiano). Inicialmente los españoles utilizaron la “reciprocidad” y luego optaron por la guerra como mecanismo para forzar laentrega de metales. Una vez iniciados los conflictos se legitimaron la esclavitud indígena y la depredación. La ordenanza real que llevaba Pedrariasrezaba: “porque nuestra voluntad es que venga a nos todo el oro que pudiese venir” (Hermes, 1997. p. 139). Ya en la Encomienda, o el proceso de expropiación del terreno indígena, se crearon los Resguardos, una suerte de “zonas tolerantes” para indígenas a las afueras de las Parroquias (ciudad de los colonos) como mecanismo de control y para el pago de tributos.
De la relación de dominación entre estos dos grupos humanos[5], se pasó al intercambio de bienes comerciales en mercados o ferias improvisados, donde los nativos ofrecían productos y servicios a los colonos a cambio de dinero, especies o favores. Con el fruto de este desigual intercambio, pero intercambio al final, ambos adquirían ciertos productos de primera mano que se fueron convirtiendo en esenciales para la subsistencia mutua, uno de estos, el café.
Para los colonos, adquirir los productos de los nativos no representó gran problema, ya que estos nunca fueron tan costosos como para impedirles no adquirirlos, en gran medida a razón de la condición de dominación sobre quienes los proveían. Así, los nativos nunca tuvieron la capacidad de adquisición y de regular de mercado para que con su servicio mejoraran su condición de vida. La dependencia comercial entre indios y colonos en las parroquias y resguardos de siglo XVIII se constituyó en otra manera de mendicidad, de limosna, en el sentido que la retribución al esfuerzo nunca era el justo.
3. EL CASO DE JULIO ALTAMIRANDA (A modo de conclusiones)
Aunque parezcan exageradas algunas de las respuestas del personaje que en 2010 entrevisté para esta reflexión, sus declaraciones dejan ver cómo, en la actualidad, desde la ignorancia el relato histórico antes expuesto, se alimentan ideas de dominación, complicidad y permisividad.
Si bien Julio Altamiranda no es de origen tuchinero, sus compañeros de trabajo si, igual comparten el modus vivendis de vender tinto y otros productos en el Centro Histórico de Cartagena de Indias. Afirmó tener a su cargo más de 5 personas, ganar menos de $20,000 al día, el negocio no es suyo, camina 12 horas al día los 7 días de la semana y no tiene otra fuente de ingresos. Los datos dejan ver un trabajo muy duro muy mal pago. Ahora, en el caso de los tuchineros propiamente dichos, que tienen una relación con su etnia y cultura, es igual; deben salir de su comunidad o resguardo a proveer un servicio, procesar el café para convertirlo en el popular tinto que se sirve en vasos equivalente a su precio. El mercado principal es la ciudad, debe ir al encuentro de quienes poseen la plata. Sumisamente se cuelan entre la multitud que agradece su actitud servicial. Al final del día reúnen lo poco para comprar más café y lo que queda para dar de comer a los suyos.
¿Qué pasa aquí?, vemos nuevamente operando una forma de mendicidad, camuflada esta vez como intercambio de bienes. El paso de la finca feudal a la industria, del hacendado terrateniente al Estado Social de Derecho se habrá dado en forma, una forma en crisis, en cuyo fondo aún operan de manera más sutil voces de mando, discriminación y una limitada capacidad de autocrítica sobre el sentido ético del consumo, cuando románticamente nos regocijamos ante la tradición del vendedor de tintos y la moneda que media la bebida.
Y si del análisis de los resultados del día a día se deduce que con la venta de tintos difícilmente se podría alcanzar estándares de bienestar material, además del urgente factor económico ¿existirán otros motivos que impulsen al vendedor de tinto, al tuchinero, a este desgaste, y se justifican? ¿Cómo entenderán el sentido de bienestar y de pobreza?

Imagen: Universidad Nacional de Quilmes
Hemos evidenciado como en pleno siglo XXI, subsiste dinámicas históricas que aún someten al sujeto étnico de origen zenú a vivir precariamente con la practica social y culturalmente aceptada de la preparación y venta de café, y, por otro lado, un gesto de rebeldía proveniente desde el arte para desafiar estereotipos de género, también vinculado con el asunto del café, como experiencias de vida que escapan o resisten a los grandes relatos que restituyen la dignidad de las personas, transformando prácticas que se pueden llegar a considerar inamovibles. En ese sentido recordemos que la diferencia entre un paradigma y el desarrollo puede ser tan pequeña como agacharse a batir café hirviendo.
Referencias Bibliográficas:
GestioPolis. (2001, noviembre 5). Historia y economía del café en Colombia. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/historia-y-economia-del-cafe-en-colombia/
La obra cuesta. (2007, junio). SÜTCHIN TÜÜ AKUAIPAKALÜ. Recuperado de https://laobracuesta.wordpress.com/obra-en-colectivo/
Tovar, H. (1997). La Estación del Miedo o la Desolación Dispersa, el Caribe Colombiano en el siglo XVI. Ariel Historia.
Notas al pie
[1] Es el mismo café que se sirve en pequeños vasos plásticos. El café se prepara y se deposita en termos. Reflexiones propias del autor de este ensayo. [2] En principio, Tuchín, es un municipio colombiano ubicado en la parte norte del departamento de Córdoba. Su población es indígena, descendientes de la etnia zenú. Es conocido nacionalmente por fabricar el sombrero vueltiao que se ha convertido en símbolo de la nación colombiana (Wikipedia, 2021), y tuchinero, es una expresión popular que en las cabeceras municipales y en las ciudades capitales, se usa para designar al vendedor de tinto originarios de tuchín. [3] Existen muchas versiones del origen del café en Colombia. Algunas dicen que llegó vía Venezuela, mientras que otras especulan que provino de los países de Centro América. La versión más fuerte es la que describe el sacerdote José Gumilla en su libro El Orinoco Ilustrado. El padre Gumilla dice que la planta fue sembrada en Santa Teresa de Tabage, población fundada por la Misión Jesuita, localizada entre el río Meta y el río Orinoco (Gestopolis, 2001). [4] Los Laboratorios de Investigación Creación hacen parte del componente de Formación del Plan Nacional para las Artes del Ministerio de Cultura y fomentan la educación artística enfocada a la experiencia, la investigación y el pensamiento artístico en las distintas regiones del país. Atienden a la diversidad que caracteriza el país generando metodologías diferenciadas de acuerdo con los diagnósticos locales y la naturaleza de los proyectos. También son generadores de tramas de relaciones entre distintos saberes y prácticas, las instituciones culturales, académicas y artísticas de las regiones, y entre la educación no formal y la educación formal. [5] Aunque en este relato no se les haya nombrado, históricamente los afro descendientes siempre han estado presente en las mismas circunstancias de sometimiento y resistencia junto con los aborígenes, solo que el ensayo apunta la situación que en particular viven sujetos descendientes de la comunidad étnica Zenú, comúnmente asociada con la venta de tintos en la región Caribe colombiana. Comentario del autor.
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